Una
criatura desorbitada por la historia
Para Alicia del Carmen Jauma
y Olga López
“Tierra de mis adentros”
Por Héctor Antón
Para Alicia del Carmen Jauma
y Olga López
“Tierra de mis adentros”
Por Héctor Antón
Tierras (2013) es un “enemigo rumor”
contrapuesto a la “épica sincrónica” de una isla custodiada por muros de agua
salada por todas partes. No es otra compilación de antagonismos entre la patria
y el refugio, la histeria y el susurro, el retorno y la herencia, la identidad
y su legado. Tampoco es una “intelección de la escritura” como recuento
nostálgico, ni un desahogo underground concebido
por un talento amargo.
El
drama recrea la “volatilización del destino” encarnado por una mujer de
cuarenta años, quien padece cualquier locura menos una neurosis identitaria,
añorando hundir sus manos en el suelo natal para hallar sus orígenes
extraviados. La ambigüedad de Tierras
reside en desacralizar el exilio como salvación o fatalidad, para obviar el
desarraigo como recurso sensiblero. Perder el centro de gravitación emocional
implica bordear la “zona virgen” de una plenitud física y espiritual.
Mediante
una progresión de saltos espacio-temporales, la pieza escrita por el actor,
director y dramaturgo Gilberto Subiaurt (Matanzas, 1958) cuenta un episodio tan
históricamente falso como simbólicamente verdadero. Una sobreviviente del camino
irrumpe en un salón para ofrecer una disertación en torno al medioambiente.
Pero se trata de una oradora a sueldo que sube y baja del podio como una rutina
diaria. Alguien que poco le importa si los patos son tan sagrados en Miami como
las vacas en la India.
¿Por
qué la protagonista de una autobiografía colectiva inédita carece de nombre y
apellidos? ¿Por qué se desconoce cuando salió de Cuba? ¿Por qué “no se
acostumbra a esconder cosas que son muy fuertes? ¿Por qué se ignora si los
fantasmas que la asedian están vivos o muertos? ¿Por qué el desvío reemplaza al
odio? Porque la “Gran Historia” del relato es la “Gran mentira”, arquetipo de
un fragmento entre dos orillas que “se traiciona a sí mismo” mientras
desfallece “administrando la impaciencia de vivir”.
La
triada Subiaurt-Yera-Jauma sugiere una puesta en escena donde brillan por su
ausencia la intertextualidad narrativa, una grandilocuencia actoral y la
estética carnavalizante. Nada de especulación barroca o nudismo barato. Todo se
limita a una síntesis minimalista que provoca un choque frontal: la intérprete
luchando por atravesar el espejo de una frialdad diplomática, para anclar en la
calidez visceral de sus obsesiones. El calor y un torrente de agua fría parecen
incitar a la confesión nunca dicha: “Solo falta que empiece a lloviznar y me
derrumbe”.
De esta
tierra metida en las uñas de cuánto dejó atrás una hija dominada por una madre
autoritaria, emana un rechazo a las militancias de género o compromisos
ideológicos que propician lealtades pasajeras.